top of page

Medio siglo de "Bajo el volcán"

Sergio Cordero

La novela Bajo el volcán (Under the Volcano) de Malcolm Lowry (Inglaterra, 1909-1957) cumple 50 años de haberse publicado por primera vez en México. Muchos autores extranjeros (no sólo literatos, también científicos, militares, historiadores, antropólogos y, por supuesto, arqueólogos) han tomado a nuestro país como tema de sus libros, pero Lowry ha sido de todos ellos quien mejor logró comprendernos, quien logró calar más a fondo en nuestra idiosincrasia y quien más plenamente supo expresarla en una ficción literaria. Para lograr semejante hazaña, no se valió de una expedición, ni de una invasión, ni de una investigación documental, ni de un trabajo de campo, ni mucho menos de una excavación, sino de su propio alcoholismo. Ése fue el lazarillo que lo llevó por las cantinas y las calles de Cuernavaca. Su extraordinario talento contó con la ayuda de dos buenos amigos: el tequila y el mezcal.

 

Gracias a Sergio Pitol,[1] ahora tenemos acceso a la extensa carta que Lowry le dirigió a Jonathan Cape, primer editor de la novela, fechada en Cuernavaca el 2 de enero de 1946 y escrita en la misma torre que sirvió de modelo para la casa de uno de los personajes y donde también el protagonista recibió, como el autor, su correspondencia con retraso. Lowry le escribió a Cape para defender firmemente su novela de los grandes cambios que el dictaminador de la editorial había sugerido: “Se me aconsejaba, entre otras cosas, suprimir dos o tres personajes, reducir a seis los doce capítulos, cambiar el tema por ser demasiado parecido a Poison; en una palabra, que echase el libro por la ventana y escribiese otro”, se quejó el novelista en el prólogo a la edición francesa.[2]

 

Lowry, quien había empezado la novela en 1934 y la reescribió por lo menos en tres ocasiones, insistió en que Bajo el volcán debía publicarse tal y como él la había entregado, acaso con el añadido de un prólogo que aportara cierto estímulo a lectores renuentes o desatentos como su dictaminador: “Si usted me dijese –explicaba al editor– que un buen vino no necesita publicidad, le respondería quizá que yo no hablo de vino sino de mezcal y que, además de la publicidad, el mezcal necesita ser acompañado de sal y limón. El prólogo que le propongo, debería aportar un poco de limón y sal”.[3]

 

La lectura de esta carta revela que, si bien el autor de Ultramarina y Lunar Caustic era sin duda un narrador muy capaz, enfrentó muchas dificultades para escribir este alegato que es básicamente un ensayo crítico. Le costaba trabajo manejar conceptos, tendía a divagaciones y cláusulas muy largas y tramaba sus argumentos como si echara un fardo encima de otro, al grado de que hay momentos en los que parece que todo aquel cúmulo va a aplastar al lector. Con todo, el novelista logró defender sus puntos de vista y consiguió que Cape publicara sin cambios la novela en 1947.

 

México… donde un pueblo colorista y genial cultiva una religión que se puede considerar una religión de la muerte.

 

–Malcolm Lowry, prólogo a la edición francesa (1949)

Resulta una ironía que Bajo el volcán, pese a estar ambientada en México, haya sido traducida al francés antes que al español. Para edición francesa pasaron sólo dos años; para la mexicana, diecisiete. En 1964, Ediciones Era la incluyó en su colección de narrativa. Raúl Ortiz y Ortiz, el traductor, hizo un excelente trabajo.

 

Y si parece que pasaron muchos años entre la primera edición inglesa y la primera mexicana, tuvieron que transcurrir todavía otras dos décadas para que el cineasta norteamericano John Huston, director de la película de culto El halcón maltés (1941), lograra llevar a la pantalla la obra cumbre de Lowry filmándola precisamente en Cuernavaca y otros pueblos del estado de Morelos, donde el actor Albert Finney, abandonando la calva de su anterior papel (el papá millonario de Anita la huerfanita [John Huston, 1982]) y aferrándose a una botella de mezcal, personificaría dignamente a su compatriota Geoffrey Firmin, el ebrio Cónsul británico asesinado en Quauhnáhuac el Día de los Muertos de 1938 y cuyo cadáver es echado en una barranca que ostenta ese letrero que se ha vuelto uno de los epitafios más citados de la literatura: “¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”

 

A modo de posdata, recordemos que Lowry, después de vivir en México, residió un tiempo en Dollarton, Canadá. Desde ese país, Donald Brittain y John Kramer viajaron a México para realizar un documental sobre su vida (Volcano: An Inquiry into the Life and Death of Malcolm Lowry, 1976)[4] y buscaron los escenarios originales de la famosa novela comprobando, como muchos asombrados investigadores de la literatura y las artes plásticas, que lo que creían producto de la desbocada imaginación del artista era sólo el fiel reflejo de la más humilde realidad. Ya lo decía el padre Mier al comienzo de sus Memorias: “Aunque… he adquirido el talento de pintar monstruos, el discurso hará ver que no hago aquí sino copiar los originales”.[5]

 

Larga muerte al Cónsul cuyo cadáver, sin necesidad de transportarse por expreso, cumplió ya 75 años.

Malcolm Lowry.

NOTAS

1 Malcolm Lowry, El volcán, el mezcal, los comisarios, traducción de Sergio Pitol. Universidad Veracruzana, Xalapa, 2008, (Sergio Pitol traductor 10), p. 17-62.

2 Malcolm Lowry, “El último trago”, sin crédito del traductor. Revista Nexos, 1° de mayo de 1988. www.nexos.com.mx

3 Idem.

4 Véase la página www.nfb.ca/film/volcano.

5 Fray Servando Teresa de Mier, Memorias, edición y prólogo de Antonio Castro Leal. Editorial Porrúa, segunda edición, México, 1971 (Colección de Escritores Mexicanos 37), tomo I, p. 4. 

bottom of page