Después de celebradas las conferencias de Torreón, el señor Carranza se sintió triunfante. Al llegar a Saltillo los delegados que asistieron a esas conferencias celebraron una larga entrevista con el Primer Jefe de la Revolución para exponerle con toda claridad las ideas políticas que dominaban entre los elementos civiles y militares de la famosa División del Norte. El señor Carranza perdió entonces su habitual serenidad y prorrumpió en denuestos contra el general Ángeles a quien creía el instigador de todas las maquinaciones tramadas para que algunos elementos constitucionalistas desconocieran a la Primera Jefatura de la revolución. “¡Se cree Ángeles un gran estratega, cuando yo soy —decía el señor Carranza— quien ha trazado los planes de batalla, y si acaba de triunfar ese jefe en el combate de Paredón, se debe a las instrucciones que le di antes de esa acción militar, que dio por resultado de las fuerzas constitucionalistas capturaran la plaza de Saltillo!” Sobre un mapa del Estado de Coahuila que tenía sobre su escritorio, comenzó a señalar las operaciones que indicó a Villa y a Ángeles que realizaran para derrotar a las fuerzas enemigas sin grandes pérdidas de elementos en la batalla de Paredón. En efecto, esa acción militar se había realizado de acuerdo con el plan que nos acababa de indicar el señor Carranza. No le faltó detalle alguno. Resultó de una precisión matemática, y si triunfó la División del Norte en esa jornada, se debió a las órdenes del Primer Jefe, que no tenía más ambición que el ser un genio militar, que movía como Moltke a los soldados desde su gabinete de trabajo.
Algún tiempo después tuve oportunidad de escuchar una conversación del general Ángeles acerca de las acciones de guerra de la División del Norte. Hablaba con entusiasmo de la toma de la plaza de Torreón, del formidable combate de San Pedro, de la sangrientísima batalla de Zacatecas; pero ninguna acción le parecía más notable, desde el punto de vista militar, que la batalla de Paredón. “El triunfo nuestro —decía— fue completo. Acabamos con el enemigo, y esa victoria abrió a las fuerzas constitucionalistas la plaza de Saltillo, para que el señor Carranza pudiera marchar hacia el sur sin que los soldados de Huerta pudieran presentarle gran resistencia”.
“El combate de Paredón —aseguraba Ángeles— es el lauro más brillante que ha conquistado la División del Norte. Allí se demostró que la estrategia militar es para el soldado un factor más importante que el valor. Movilizamos nuestras fuerzas con admirable precisión, y cuando el enemigo se sintió derrotado, quiso huir. Pero fue del todo inútil. Le habíamos cortado la retirada, y estaba materialmente cercado. Todos sus elementos estaban a disposición de nuestro ejército que, sin grandes pérdidas de soldados, sin grandes gastos de energías, obtuvo una victoria completa debido al magnífico plan de combate que trazamos tres o cuatro jefes de la División del Norte, una pocas horas antes de que diera principio esa batalla”.
No encontraba yo la manera de decirle la participación que había tomado el señor Carranza en el combate de Paredón. Cambiamos el tema de la conversación, y pocos momentos después el general Ángeles volvió a hablar acerca de esa batalla. “En un momento derrotamos al ejército enemigo, fuerte en doce mil hombres. Seis horas después de derrotado, la ciudad de Saltillo estaba en nuestro poder, y poco tiempo más tarde, la plaza de San Luis Potosí. Esa acción militar se puede presentar como un modelo de estrategia. Las fuerzas de la División del Norte se abrieron en dos alas, formando un ángulo en cuyo vértice estaba el Cuartel General. El ejército de Victoriano Huerta no tenía más salida que una empinada montaña; y al sentir nuestro empuje pretendió escapar por esa altura, porque comprendió que le habíamos cortado las vías férreas y por allí no podía retroceder a su base de operaciones, como lo pretendía desesperadamente. Un triunfo decisivo, completo, espléndido, —repetía el general Ángeles—. Y no tuvo la resonancia que debía haber tenido”.
“Pero es el único triunfo —decía— del cual estoy satisfecho y orgulloso. Me ufanaré siempre de haber sido un factor importante en esta jornada militar. Al presentarle el plan de combate al general Villa, no tuvo objeción alguna que hacerle; lo aprobó en todas sus partes, y se puso inmediatamente después en ejecución con magníficos resultados”. Todo esto lo decía el general Ángeles lleno de calor, de entusiasmo, de bríos. Sus ojos negros relampagueaban intensamente ante el recuerdo de aquella brillante acción militar. “Nada es comparable —volvió a repetir— a la batalla de Paredón; ni la toma de Ojinaga, ni el combate de Tierra Blanca, ni la ocupación de la ciudad de Chihuahua pueden compararse con esa victoria”.
“En esa victoria tuvo también su participación el señor Carranza” —contesté yo, recordando que el jefe de la revolución se gloriaba de haber trazado los planes de esa célebre batalla—.
“Ninguna participación tuvo en esa batalla el señor Carranza —contestó en seguida el general Ángeles—. El plan fue trazado por tres jefes de la División del Norte pocos momentos antes de que principiara el combate. Y nada más. El Primer Jefe conoció ese plan después de la victoria, cuando el general Villa le dio cuenta de la manera en que se desarrolló ese combate en el cual triunfaron las armas revolucionarias. ¿Cómo es posible que el señor Carranza asegure semejante cosa?”.
El general Ángeles hizo después varias apreciaciones acerca de la capacidad militar del señor Carranza. “Es un hombre valiente a toda prueba. Desconfiado como nadie. Amante de desafiar el peligro. Con una serenidad que le permite ver claramente los acontecimientos. Tiene un temple de hierro. No lo doblega ningún sufrimiento ni le fatiga ningún trabajo por más arduo que sea. Pero no tiene la visión necesaria para trazar ningún plan de batalla. Ese hombre tan ecuánime, tan juicioso, no tiene más que una obsesión: ser un genio de la guerra. Es cierto que posee muchas cualidades, indiscutibles méritos; pero jamás podrá ser un militar, porque no tiene ninguna capacidad para ello. No hace más que estar en un combate, y esa operación está irremediablemente perdida. Así aconteció en Anhelo, en Candela, en el primer ataque a la plaza de Torreón y cuando se pretendió tomar la ciudad de Saltillo a raíz de haber desconocido el régimen de Victoriano Huerta. Estos son hechos que no pueden negarse. Pero hay que reconocer las cualidades del señor Carranza, que por muy grandes que sean, nadie podrá decir que sea una figura militar en la revolución, por más que hable él, admire y trate de imitar las dotes guerreras de Morelos, de Matamoros, de González Ortega y de Escobedo”. En efecto, el señor Carranza constantemente recordaba episodios de nuestros héroes y le tenía una grandísima admiración al glorioso defensor de Cuautla.
Cada vez que Napoleón recordaba el júbilo extraordinario con que lo recibió la ciudad de París a raíz de la batalla de Marengo, exclamaba radiante de entusiasmo: “¡Qué día ese tan hermoso!” Para olvidar las amarguras y las humillaciones de sus enemigos en Santa Elena, recordaba siempre el entusiasmo desbordado de los franceses para celebrar la espléndida victoria de Marengo, y sus labios, contraídos por la desesperación y el desengaño, murmuraban la frase que repetían sin cesar: “¡Qué día ese tan hermoso!”. El señor Carranza no tenía más obsesión que conquistar para su frente un lauro militar. Pero no lo iluminó jamás la luz de ese día tan hermoso y anhelado.
Tomado de Miguel Alessio Robles, Voces de combate, (Imprenta Manuel León Sánchez, México, 1929, pp. 293-298.
Miguel Alessio Robles (Saltillo, 1884-Ciudad de México, 1951). Fue un abogado, periodista, escritor y académico mexicano, partícipe de los eventos de la Revolución Mexicana. Simpatizó con Francisco I. Madero, a quien apoyó abiertamente, cuando éste publicó el libro "La sucesión presidencial". Después de los eventos de la Decena Trágica se pronunció en contra del régimen de Victoriano Huerta, motivo por el cual abandonó el país. Poco después regresó y se incorporó al movimiento revolucionario constitucionalista de Venustiano Carranza.