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Los bárbaros ante la Reforma

(o Vidaurri no debió caer de cara, sino con la frente en alto)

 

—Jesús de León—

“En la historia de México el pasado resucita

porque fue enterrado vivo”.

—Sergio Cordero

Cincuenta insomnios

¿Cómo escribir historiografía sin alejar el tema de sus contextos originales, es decir, cómo podemos evitar caer en la tentación de separar los grandes hechos históricos del ambiente original en el que se dieron para descon-textualizarlos y de ese modo utilizarlos como supuesto apoyo de argumentos o tesis que en realidad poco tienen que ver con la verdadera causalidad de los hechos? Al respecto, encontré esta novedosa respuesta:

 

Lo más relevante y protagónico hasta ahora en la historiografía del periodo para la región noreste ha sido el enfrentamiento entre el presidente Benito Juárez y el gobernador de Nuevo León-Coahuila, Santiago Vidaurri. Sobre ello se ha resaltado el patriotismo del presidente y la traición de Vidaurri y, en general y con pocas excepciones, se han dejado de lado las circunstancias, razones y dilemas que confluyeron para que el conflicto se planteara de la forma en que se planteó y se resolviera en la forma en que se resolvió, a favor del centro y en contra de Vidaurri y lo que quedó del grupo. He echado mano en este libro de casi todos los enfoques disponibles al historiador. La investigación empezó como un intento de historia militar y terminó conjugando géneros historiográficos distintos, entre los cuales resaltan, además del militar, el político y el económico, sin dejar de lado el institucional, el sociológico, el prosopográfico y un poco de historia de las ideas. El lector verá cómo la historia nacional entre 1855 y 1867, que hemos conocido a través de libros de texto, se matiza y transfigura cuando se contrasta con la historia regional (p. 14).

 

El libro donde hallé este párrafo se deja leer muy bien, casi como una novela. Priva en él la narración sobre la explicación. Hay explicaciones, pero son muy escuetas. El autor sabe narrar. Su discurso es interesante por conciso. El manejo del verbo es muy certero: nada de verbos compuestos. La enunciación es clara y el historiador maneja los datos duros de rigor, pero a mí lo que me gusta más son los comentarios intercalados por el historiador: “Hasta de un héroe se cansa la gente”. Bravo, señor, por esos apuntes irónicos. Me gustan.

 

Porque la tentación de convertir la historia en mito, alegato o justificación (cuando no en “novela testimonial”) es frecuente entre los escritores y los historiadores mexicanos. A pesar del aparente rigor académico, de la exhaustiva investigación en diversas fuentes y de una aparente metodología que sirve para justificar hipótesis que a duras penas logran disimular resentimientos, decepciones o conflictos de intereses, es difícil encontrar un abordaje, por lo menos si no objetivo, convincente. Dicho de otra manera, no se trata de que nos convenzan con argumentos, sino con una ubicación correcta dentro del devenir histórico de los hechos que se narran, lo que el historiador puede lograr no negando o disimulando su parcialidad, sino admitiéndola y haciéndola consciente ante el lector, como una manera de jugarle limpio a los hechos y a su propia conciencia histórica.

 

La historiografía oficial, aquella que Luis González llamara de bronce, nos acostumbró cuando se hablaba de la Reforma a pensar en términos de un grupo de liberales radicales reducido, homogéneo, decidido, patriota y finalmente triunfador que rodeó a Benito Juárez, salvó a la patria y restauró la República al derrotar al imperio de Maximiliano, rescoldo de la Intervención francesa. Esa historiografía los presenta como si hubieran sido los únicos o como si hubieran sido iguales en todo el país. A ese grupo se la llamó la generación de la Reforma porque la historia oficial es —en esencia— una historia central y centralizadora, ya que su objetivo es socializar a la población en valores comunes con el fin de amalgamar una nación. Propaganda, pues. Y, en esa medida, es historia políticamente útil pero distorsionada en grado sumo (p. 39).

 

El regiomontano Luis Medina Peña (1945)[1] no disimula, en su nuevo libro Los bárbaros del norte. Guardia nacional y política de Nuevo León, siglo XIX, una actitud favorable al proyecto vidaurrista y una severa crítica a las estrategias de Benito Juárez como presidente, durante la Guerra de Reforma. Pues yo no soy juarista ni vidaurrista, pero reconozco que este historiador presenta en este libro su tema con bastante fluidez, consistencia, de una manera amena… Todo eso es muy digno en trabajos de este tipo, que suelen ser bastante áridos y tediosos.

 

¿Cómo logró evitar la aridez y el tedio y al mismo exponer su tesis de un modo convincente? Planteando dicha tesis no como una serie de argumentos, sino convirtiendo la tesis en una estructura a través de la cual organiza y expone los hechos, lo cual le permite, además, hacer sólo unas pocas, pero muy exactas y oportunas observaciones breves en lugares estratégicos de la narración.

 

Medina nunca desciende a la diatriba y, en la mejor tradición del historiador michoacano Luis González y González (1925-2003), expone su tema, presentando datos duros, específicos y verificables, y consideraciones apoyadas en una respetable nómina de autores, a través de desarrollar en su libro una narración lineal, fluida y clara, en la que apenas son perceptibles los juicios de valor y las observaciones no exentas de cierta sutil mordacidad, como por ejemplo, en el capítulo que dedica al conflicto de Juárez contra Vidaurri.

 

Este autor tira a matar, cuando nos habla de la literatura “hagiográfica”, esa que habla de la vida de los santos:

 

La literatura hagiográfica sobre el benemérito, abundantísima en el último siglo y medio, ha impedido ver lo que realmente sucedió entre 1858 y 1864 entre estos dos personajes: un choque de personalidades, además de un conflicto entre dos proyectos divergentes. Sólo si desmitificamos a Benito Juárez, si le arrancamos todas esas capas de exaltación cívica y patriótica que le han dado la pátina del santo civil, del hombre impasible, profundamente legalista oteando en el horizonte su idea de patria y lo situamos como político en su verdadero contexto, un contexto político, será posible llevar a cabo una evaluación del duelo que sostuvo con Santiago Vidaurri y determinar la manera en que este último fue quedándose sin opciones para la realización de su propio proyecto en un México que él también amaba (p. 325).

 

Por el tono me interesó. Hace un repaso y un balance sobre lo que ha sido el mito oficial de Juárez. El párrafo citado da una idea clara del tono que Medina Peña mantiene a lo largo de todo su libro: un continuo afán de desmitificación de la historia patria y un constante llamado a la cordura y a ubicar los acontecimientos históricos en un contexto más realista y pragmático. En el siglo XIX, tanto liberales como conservadores, postulaban un paradigma de nación, un México ideal, por así decirlo, pero no por eso dejaban de ser hombres prácticos que ambicionaban el poder político y que defendían intereses económicos muy concretos y claramente delimitados. No eran simplemente héroes en el sentido de haber tomado las armas y contribuido a la defensa del México independiente frente a las invasiones extranjeras y las amenazas surgidas desde el interior del país. También eran seres humanos con ambiciones y proyectos personales que no necesariamente coincidían con las causas que públicamente decían defender.

 

Eran unos perfectos viejos mulas. En Noticias del imperio, Fernando del Paso hace decir a Juárez que en efecto no le molesta que lo acusen de mula, porque al final de cuentas las mulas llegan más lejos y que, gracias a esa terquedad, los liberales pudieran derrotar a Maximiliano.

 

En particular si hablamos del noreste, subyacía debajo de todos los conflictos un enorme afán de estabilidad, pero sobre todo una innegable defensa de la autonomía del poder regional que se resistía a cualquier imposición procedente de los poderes centrales, que si lo vemos a la luz de los actuales conflictos nacionales, no ha perdido su vigencia; es decir, un conflicto que sigue sin resolverse.

 

A diferencia de lo que pasaba en el sur, en especial en Oaxaca de donde era Juárez, donde los políticos se enfrentaban con una masa más compacta e indiferenciada de gobernados, los gobernantes del norte de México debían enfrentarse a la realidad de una población más escasa, aislada y en estado de guerra intermitente (Gonzalitos decía que los norteños en esa época estaban organizados como colonias militares, como presidios) desarrollado por las sucesivas invasiones extranjeras y el combate contra los indios nómadas. Por lo tanto, para las autoridades civiles y militares de esa región era importante el trato más directo y personal con la población. Era inevitable que el estilo de gobernar de Juárez y el estilo de gobernar de Vidaurri chocaran. Juárez veía como obstáculo lo que Vidaurri veía como ventaja y viceversa. Un ejemplo: Vidaurri jamás destituyó alcaldes; Juárez, sí. Medina Peña pone otros ejemplos a lo largo de su libro.

 

Por eso es bueno que Luis Medina Peña aborde la historia en las relaciones entre los grupos armados y las facciones políticas en el noreste de México durante el siglo XIX, en particular en ese periodo tan turbulento como lo fue la Guerra de Reforma, porque a su manera nos recuerda que los conflictos entre las regiones y el centro ni están resueltos ni se resolvieron en el pasado: un problema que debemos abordar con la debida seriedad, si queremos preservar la integridad de nuestro territorio o, si no, despertaremos del sueño federalista a la pesadilla de un territorio vulnerado y desmembrado.

[1] Luis Medina Peña es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Nuevo León y en Relaciones Internacionales por el Colegio de México, maestro por la Universidad de Essex y candidato a doctor por la Universidad de Oxford, Inglaterra. En El Colegio de México ha sido profesor, coordinador académico del Centro de Estudios Internacionales y secretario adjunto. Miembro del PRI. Ha sido conductor del programa El gran Japón, del Canal 13 de televisión; corresponsal en la ciudad de Bruselas del diario El Universal, editorialista de Excélsior; analista de la Secretaría de Presidencia (1971-1972); diputado federal por Nuevo León (1979-1982); director del Instituto de Investigaciones Legislativas de la Cámara de Diputados (1982-1983); director general de Investigación Científica y Superación Académica (1982-1983) y subsecretario de Planeación Educativa de la Secretaría de Educación Pública (1983-1988). El Fondo de Cultura Económica le ha editado Invención del Sistema político mexicano (2004), Hacia el nuevo Estado. México, 1920-2000 (1994, 1995, 2010) y El siglo del sufragio. De la no reelección a la alternancia (2010).

 

 

Luis Medina Peña, Los bárbaros del norte. Guardia Nacional y política en Nuevo León, siglo XXI,

Fondo de Cultura Económica (FCE) / Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México, 2014

(Sección de Obras de Historia), 487 pp.

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