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¿Qué viene después del neoliberalismo?

Susana Garibay Salomón / Antonio Hernández Vélez Leija

INTRODUCCIÓN

Economistas, políticos, filósofos, ciudadanos letrados y no letrados, en sí, son muchas las personas que tienen algo qué opinar respecto a cómo, cuándo, y por qué el gobierno interviene, o debe intervenir, en la economía del Estado. Cuando se extienden las preguntas a la cuestión de cuál sería el efecto de esta intervención, se llega al importante cuestionamiento sobre qué es prioritario: equidad o eficiencia. Un constante dilema que nos lleva a la elucubración, a imaginarnos diversas situaciones con respecto a nuestras prioridades.

 

Con la necesidad de tener un marco de referencia ante tales cuestiones, se tiende a retomar los cambios que se han suscitado en la sociedad. En relación al tema de interés en este trabajo, es preciso referirnos a las dos grandes crisis del siglo xx: la del ’29 y la del ’70. Lo que también nos lleva a encontrar un común denominador durante estas dos crisis y las soluciones y transformaciones que se han dado en el plano político-económico. Este común denominador es el país que ha dominado la economía mundial por décadas: Estados Unidos, modelo de múltiples países, con su estabilidad aparente y sus políticas que relativamente garantizan una buena forma de vida a sus ciudadanos; parece ser que todos quieren vivir en un país como éste, al menos sus altas cifras de inmigrantes —legales e ilegales— lo reflejan.

 

Es analizando a este país cuando se observa cómo el neoliberalismo ha sido la inspiración principal en su historia de las últimas décadas; estudiando su camino hacia y dentro, es fácil percatarse de reflejos, y a veces meras réplicas, de éste en otros países, con sus políticas y economías altamente correlacionadas. Veremos, que estas imitaciones del modelo neoliberal americano están directamente influenciadas por idiosincrasias que, aunque no lo lograron, buscaban el bienestar público.

 

Si Estados Unidos parece estar encaminado a claudicar su lugar privilegiado como mayor economía mundial, ¿qué le depara al neoliberalismo? Vale la pena reflexionar sobre lo que ha dejado el neoliberalismo, y los nuevos retos que establece hoy en día.

 

 

EL CAMINO HACIA EL NEOLIBERALISTMO ECONÓMICO

Las reestructuraciones estatales y las relaciones internacionales que sucedieron después de la Segunda Guerra Mundial estaban concebidas para prevenir un regreso a las condiciones que habían amenazado anteriormente al orden capitalista, y que habían ocasionado la gran depresión de la década de 1930. Se planeaba combinar con precisión al Estado, al mercado, y a las instituciones democráticas, para garantizar la paz, la integración, el bienestar y la estabilidad.

 

En el plano internacional, esto se llevó a cabo a través de los acuerdos de Bretton Woods, la creación de instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, entre otras, con la finalidad de contribuir a la estabilización de las relaciones internacionales. Se incentivó el libre comercio de bienes mediante un sistema de tipos de cambio fijos, sujeto a la convertibilidad del dólar estadounidense en oro a un precio fijo (Harley, 2002, p. 16). [1]

 

En Europa, Estados Unidos, Japón, y otros países, se tenía la concepción del Estado como el órgano que debía concentrar su atención en el pleno empleo, en el crecimiento económico y en el bienestar de los ciudadanos. El poder estatal debía funcionar con libertad junto a los procesos del mercado, y si fuera necesario interviniendo en éste o incluso sustituyéndolo, todo para lograr los objetivos anteriormente descritos. Los Estados sentían el compromiso de intervenir activamente en la política industrial y en la fijación de sistemas de protección al empleado, así como la fijación de fórmulas establecidas de salario social. Estas políticas presupuestarias y monetarias, generalmente llamadas “keynesianas”, fueron aplicadas ampliamente en la economía (Harley, 2002, p. 17). Con esta participación gubernamental, los procesos del mercado y las actividades empresariales y corporativas se encontraban cercadas por una red de constreñimientos políticos y un entorno regulador que en ocasiones restringían, y en otras señalaban la estrategia económica e industrial a tomar. A partir de la década de 1950, en Estados Unidos y en muchos otros países —de forma desigual—, estas políticas propiciaron un gran crecimiento económico. En los países que contaban con un capitalismo avanzado, la política redistributiva, de controles sobre la libre circulación del capital —había un grado de represión financiera a través de controles de capital—, de un alto gasto público y la instauración estatal del sistema de bienestar, de activas intervenciones estatales en la economía y un grado de planificación del desarrollo, lograron altas tasas de crecimiento. Las políticas fiscales y monetarias keynesianas controlaban de manera satisfactoria al ciclo económico. El Estado, internalizó las relaciones de clase, y fomentó que sindicatos de trabajadores y partidos políticos de izquierda tuvieran una influencia muy real (Harley, 2002, p. 17).

 

Sin embargo, a finales de la década de 1960, el liberalismo controlado comenzó a ser menos efectivo; en muchos lugares se hacían presentes los signos de una crisis de acumulación de capital. Hubo una estanflación global que se prolongó durante la mayor parte de la década de 1970. Una caída de los ingresos tributarios y el aumento de los gastos sociales ocasionaron crisis fiscales en varios países; las políticas keynesianas habían dejado de funcionar. Todas estas crisis ocasionaron que se abandonaran los tipos de cambios fijos; ya que el oro no podía seguir funcionando como la base metálica de la divisa internacional, se permitió a los tipos de cambio fluctuar, y no se llevaron a cabo esfuerzos por controlar esa fluctuación (Harley, 2002, p. 19).

 

La contrarrevolución neoliberal criticaba la expansión exagerada del Estado en todos los sectores, mostrándolo como un Estado invasor; además, el descuido por parte del Estado en mantener incentivada la inversión privada que, dentro de un sistema capitalista es la impulsora de la economía, desencadenó la complejidad de la crisis del ’70, al adquirir una doble faceta: el desequilibrio macroeconómico y la bajísima productividad. El aparato burocrático y la estructura de los programas sociales eran ya tan amplios y complejos que el Estado necesitaba cada vez más de recursos financieros para mantenerlos funcionando eficientemente (Villarreal, R. citado en Medina Nuñez, I., 1995, p.33).

 

Esta situación produjo un debate polarizado: había quienes estaban a favor de la socialdemocracia y de la planificación central; y aquellos que tenían intereses comprometidos con la liberación del poder financiero y de las corporaciones y el restablecimiento de las libertades de mercado. Para mediados de la década de 1970, los intereses del último grupo comenzaron a obtener mayor influencia.

 

El neoliberalismo emergió victorioso, al llegar el mundo capitalista a través de experimentos y sucesos —en ocasiones no tan fácilmente identificables—, al punto en el que los líderes de Estado en determinado momento identificaron que sus políticas ya se estaban apegando al neoliberalismo. Es importante recordar que a través de este proceso, surgió una amenaza económica a la posición de las clases y de las élites dominantes, tras una gran acumulación de capital (Ezcurra, 1998, p. 40).

 

 

EL NEOLIBERALISMO ESTABLECIDO

Los fundadores del pensamiento neoliberal tenían como fundamento al ideal político de la dignidad y de la libertad individual, considerándolos los valores centrales de la civilización. Ellos sugerían que estos valores centrales estaban amenazados no sólo por el fascismo, las dictaduras y el comunismo, sino por todas las formas que tiene el estado de intervenir y que sustituyen con implicaciones colectivas la libertad de elección de los individuos (Harley, 2002, p. 11).

 

De acuerdo con la teoría neoliberal, los políticos buscan garantizar las libertades individuales mediante la libertad de mercado y de comercio. El mercado constituye el mejor instrumento y el más eficaz para efectuar la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades (Ezcurra, 1998, p. 14). Esto ha dominado por mucho tiempo y ha determinado la postura de Estados Unidos hacia el resto del mundo.

 

En Iraq, el gobierno estadounidense promulgó en el 2003 decretos en los que se preveía la plena privatización de las empresas públicas, así como derechos de propiedad para que extranjeros adquirieran empresas iraquíes, la repatriación de los beneficios extranjeros, la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, la dispensa de un tratamiento nacional a las compañías extranjeras, la eliminación de prácticamente todas las barreras comerciales (Harley, 2002, p. 12).

 

Estos decretos se aplicarían a todos los ámbitos económicos, incluyendo los servicios públicos, la industria, los medios de comunicación, los servicios, la construcción, los transportes, y las finanzas. Solamente el petróleo, debido a su condición como generador de rentas para financiar la guerra, y el mercado de trabajo estarían estrictamente regulados. Se realizaron legislaciones con amplios detalles para regular al libre comercio y al mercado libre (Harley, 2002, p. 12).

 

Bajo la teoría neoliberal, estas medidas eran necesarias para la creación de riqueza y para el progreso del bienestar de la población en general. Lo que Estados Unidos pretendía era imponer un esqueleto legal y operativo, con la misión de facilitar las condiciones para la acumulación de capital por parte de personas extranjeras e iraquíes. Este aparato estatal, denominado Estado neoliberal, buscaba reflejar los intereses de la propiedad privada, las empresas, las compañías multinacionales y el capital financiero.

 

Otro experimento no tan reciente refleja la postura estadounidense neoliberal. En la década del 70, Estados Unidos financió la formación de economistas chilenos en la Universidad de Chicago, que después estuvieron al frente de las decisiones económicas del gobierno de Pinochet. Estos economistas formados bajo las teorías neo-liberales de Milton Friedman, entonces profesor de la Universidad de Chicago, llevaron a cabo políticas tales como revertir las nacionalizaciones y privatizar los activos públicos, abrir los recursos naturales a la explotación privada y desregulada, privatizar la Seguridad Social, facilitar la inversión extranjera directa y otorgar una mayor libertad de comercio. Así procedieron (Klein, N. The Shock Doctrine. Nueva York: Picador, 2007, p. 72).

 

La reactivación de la economía chilena no duró mucho tiempo, ya que América Latina sufrió una crisis en 1982. Esto causó que, en los años siguientes, se aplicaran políticas más pragmáticas y menos neoliberales. Todo este proceso y experiencias, sirvieron como un ejemplo para Gran Bretaña —bajo el gobierno de Margaret Thatcher—, así como de Estados Unidos —bajo el gobierno de Ronald Reagan (Harley, 2002, p. 15).

 

El hecho de que dos sucesos existieron en lugares diferentes, y en épocas también diferentes, demuestra la influencia del pensamiento neoliberal del poder imperial estadounidense. No fueron solamente estos sucesos de la mayor economía del mundo, sino también la incursión de Thatcher en ideologías neoliberales, las nuevas políticas económicas y financieras en China desde 1978, la incursión hacia el neoliberalismo en India en la década del 80, y la de Suecia a principios de la década del 90, las que reflejan que el desarrollo del neoliberalismo a escala mundial ha sido un proceso desigual y de gran complejidad (Harley, 2002, p. 16).

 

 

CONSECUENCIAS DEL NEOLIBERALISMO

Desde una perspectiva económica

Con el neoliberalismo y las menores restricciones que había en los mercados, las tasas de crecimiento de múltiples países superaron muchas expectativas. Una consecuencia negativa de las medidas tomadas fue un mayor desempleo y una polarización social, muestra de ineficiencia del sistema económico (Navarro, 1997, p. 46).

 

Los efectos redistributivos y la creciente desigualdad social se hicieron más latentes —aunque de forma asimétrica—, en múltiples lugares. Para mediados de la década del 90, la economía de Estados Unidos era ampliamente estable, con tasas de crecimiento altas y bajas tasas de desempleo. Sin embargo, esta buena salud económica coincidía con una mala salud política. Había un descontento en la mayoría de la población respecto a las instituciones políticas estadounidenses. Los norteamericanos se mostraban pesimista sobre el futuro (Navarro, 1997, p. 109-110).

 

El crecimiento económico que se había buscado con el neoliberalismo no benefició a todos los sectores por igual. La capacidad adquisitiva de la mayoría de la población no había aumentado, incluso para algunos había disminuido. La concentración de riqueza se multiplicaba en las personas de la clase alta, y también catapultaba a un reducido número de individuos —como por ejemplo Carlos Slim— a una riqueza que sólo denotaba la desigualdad social. Los sistemas de privatización de empresas, que se llevaban a cabo con el fin de mejorar la eficiencia de éstas, acabaron ocasionando un monopolio privado, como fue el caso del sector de las telecomunicaciones en México, que antes de esto era ya un monopolio público.

 

Mientras la desigualdad social ha aumentado en diversos países, en otros como Brasil, en lugar de enfocarse en regular o de permitir al sector privado libertad plena, buscan un equilibrio con el claro objetivo de eliminar desigualdades. Con una política basada en la responsabilidad fiscal, la flexibilidad de la tasa de cambio y una meta inflacionaria creíble (Dow Jones Newswire, 2010),[2] Brasil ha transformado las políticas neoliberales para permitir que el gobierno interactúe con la economía y cumpla sus objetivos: combatir a la pobreza, terminar con las desigualdades y mejorar la distribución de la renta (BBC Mundo, 2003).

 

Con políticas como ésta, Brasil aspira a ser la quinta economía del mundo en pocos años, con un crecimiento de su Producto Interno Bruto mayor al de muchos países. Mientras tanto, Estados Unidos en sus últimos años llevó a cabo una práctica neoliberal cada vez con menos regulación, con el fin de promover la eficiencia y acabó sufriendo una crisis económica de gran magnitud.

 

Dado que la falta de regulación en los mercados financieros y en la economía puede desencadenar una crisis, el gobierno debe tomar un papel activo en las decisiones de la economía; continuar una constante y verificación de que se cumplan las normas establecidas en los mercados. El gobierno no puede solamente establecer un marco legal y administrativo sobre el cual los ciudadanos y las empresas deban operar: se necesita de una constante auditoría de la situación de los mercados, y que no existan problemas potenciales que puedan desencadenar otra crisis como las que ya han ocurrido.

 

El gobierno debe invertir en aquellos sectores que sean convenientes para la sociedad, pero que no estén proveídos de manera óptima por el sector privado. El supuesto de que el mercado es eficiente y capaz de proveer el nivel óptimo de bienes públicos es falso cuando ocurre el problema denominado free rider. Este problema ocurre cuando el beneficio de un bien es común, pero el costo de invertir en ese bien es individual, lo que conlleva a que los individuos subinviertan, esperando obtener el bien proveído por las contribuciones de los demás (Gruber, 2004, p. 133).[3]

 

Algunas de las maneras de eliminar el efecto free rider es por medio de la provisión de subsidios a los individuos para que contribuyan a la inversión del bien o servicio o proveyendo el gobierno el bien público. Se han mostrado algunos ejemplos de cómo puede el gobierno actuar en el mercado. Es importante considerar que el futuro del neoliberalismo no solamente sería la inclusión de mayor participación pública en el mercado, sino que también hay algunos sectores predilectos en los que la falta de inversión por parte de Estados Unidos podría facilitar que otras economías la sustituyan como la más grande economía del planeta. Los dos aspectos sumamente importantes en los que la tendencia parece indicar que habrá necesidad de invertir son la ciencia y la tecnología, y la difusión y generación del conocimiento.

 

De acuerdo a diferentes estudios, se conoce que el cambio tecnológico es el principal determinante del crecimiento económico global de largo plazo. Es primordial para los países la generación, la adaptación y difusión de nuevas tecnologías de productos y procesos. Con la ciencia y la tecnología se mejorarán los recursos con los que cuenta la empresa, y disminuirán costos de transporte y comunicación, entre otros. A su vez, las nuevas tecnologías transforman los niveles de vida de las personas, a través de diferentes ámbitos, tanto social como económico, político, e incluso a los sistemas de valores (Schwartz et al, 2005, p. 45).

 

Citando a Albert Einstein, no podemos resolver nuestros problemas actuales con el mismo nivel de conocimientos que los crearon, (Schwartz et al, 2005, p. 101), para que un país logre posicionarse competitivamente en el ámbito de la globalización se necesitarán más conocimientos, que si se conjuntan con los avances en ciencia y tecnología, podrán difundirse de manera más eficiente y a un mayor número de personas, lo que generaría una mayor competitividad y un bienestar social, presumiblemente individual.

 

Si se analiza la historia de la humanidad, se puede observar que cada gran transformación económica y social ha sido propiciada por nuevos avances del conocimiento. Esta necesidad por el conocimiento se ha hecho cada vez más latente; tienen más valor el conocimiento y las ideas. El movimiento de la fuerza de trabajo de la manufactura, a los servicios, el aumento de inversión en activos intangibles, la creación de nuevos empleos que se basen en el conocimiento, entre otros, son pruebas de la generación de una economía del conocimiento (Schwartz et al, 2005, p. 104).

 

Las empresas que generan ideas nuevas, y usan el conocimiento de manera útil, generan rendimientos crecientes. Las tecnologías inteligentes están mejorando los procesos de las compañías de manufactura. El modelo de la región de Sillicon Valley está siendo copiado por otros participantes del mercado, demostrando la apreciación que ha generado el conocimiento (Schwartz et al, 2005, p. 104). Una economía del conocimiento proporcionaría soluciones en cuanto a cómo hacer las cosas, y cómo se podrían hacer mejor. Con una economía del conocimiento se podrían resolver las dudas sobre qué nivel de participación pública es la óptima y cuál modelo económico es el mejor para la sociedad.

 

Algunos países ya están haciendo esto. Brasil, por ejemplo, se encuentra desarrollando un programa nuclear y espacial, además de contar con una industria militar y aeronáutica de repercusión internacional (Egui, 2010). Éstas son cualidades muy diferentes a las comunes, como lo son su potencial de exportación de productos agroalimentarios y su creciente industria petrolera, entre otras. Existe un área de oportunidad en su baja calidad educativa, en la cual otros países emergentes como India y China ya están trabajando desde hace varios años. Una relación más amplia entre la empresa y la universidad, podrían lograr lo que en otra época ya lograron universidades europeas, tales como la Escuela Politécnica de París: progreso.

 

 

Desde una perspectiva política

De igual manera, dentro del ámbito de la Ciencia Política, y sobre todo en lo que se refiere a Administración Pública, el neoliberalismo tuvo un alto impacto. Trajo consigo ventajas y desventajas para el Estado. La apertura y la casi imposición del fenómeno del neoliberalismo por parte de los países desarrollados ante el resto del mundo, dio lugar a un nuevo orden que hasta la fecha no es posible definir. El involucramiento de una enorme cantidad de actores en la escena política, debilitó al Estado-nación, lo que se tradujo en una debilitación de la política en cuanto a su influencia y legitimidad.

 

El sistema neoliberal trascendió fronteras y se implementó en la mayoría de los países, industrializados o no, creando en los últimos confusión y un total divorcio entre el Estado y la sociedad (Medina Nuñez, I., 1998, p.40). Si bien se requería un contrapeso de carácter humano y social para todos estos problemas que se provocaron con las fallas, tanto del mercado como del gobierno, el neoliberalismo bloqueó la entrada a esta perspectiva y, por el contrario, continuar sugiriendo proyectos meramente económicos y técnicos.

 

Aunque haya pretendido minimizar al Estado y con ello a la burocracia, aparato que fue en gran medida más y más importante para los gobiernos, dejó grandes logros. Teorías como la de la Elección Popular, que es altamente instrumentalista y económica, permitió reforzar el carácter científico de la política y acercarse desde otra perspectiva al estudio de la conducta del votante ayudó al surgimiento de nuevas aplicaciones de la Ciencia Política, como la mercadotecnia de esta misma índole y la asesoría estratégica de campañas electorales. La crisis que se vino al comienzo del siglo xxi, le dio espacio a la política para replantear la teoría del Estado en vísperas de un vacío político y un descontento que ha tenido el sistema económico en los diferentes países.

 

Los graves errores del neoliberalismo, como fue el minimizar, junto con el Estado, la importancia de los contrapesos humanísticos que se necesitaban para equilibrar el tecnicismo e instrumentalismo fomentado él mismo, se iniciaron movimientos sociales importantes, que reclamaban ese aspecto social que era hasta entonces invisible: el movimiento ecologista, el devenir de los Estudios de Género, los movimientos a favor de la multiculturalidad y la diversidad de etnias; en general, la construcción de una política de identidades, que se constituye y se hace solamente posible a través de las instituciones. También podemos resaltar la famosa teoría de la política deliberativa,[4] del sociólogo y filósofo alemán, Jürgen Habermas, la cual puede situarse también como una consecuencia del desencantamiento del neoliberalismo al proponer una nueva manera de hacer política que se diferencia los ámbitos político (el Estado) y económico (el mercado).

 

Dentro de la Administración Pública, con la intención de ser más eficientes achicando el aparato burocrático, hoy en día los gobiernos de todo el mundo están implementando lo que se conoce como e-government.[5] Esta herramienta que representa un nuevo requisito dentro de los proyectos y prácticas de gobierno en todos los países, se vincula directamente con las secuelas que ha dejado el neoliberalismo, ya que maneja tintes economistas, al tener como objetivo principal la maximización de recursos por parte del gobierno y, al mismo tiempo, darle un servicio al ciudadano de mejor calidad y de más eficiencia.

 

Esta práctica de gobierno electrónico es el resultado de toda la teoría de la administración pública que empieza a partir de la década del 80 y 90, la cual crea una relación de simetría entre la administración privada y la administración pública. En este sentido, las diferentes reformas que se le hacen a las teorías sobre la Administración Pública, se dirigen hacia una visión “orientada al servicio y basada en el cliente” (Barzelay, 1992),[6] lo que deja claro el impacto neoliberal hacia esta rama, la más práctica, de la Ciencia Política.

 

 

CONCLUSIONES 

La historia política-económica moderna se caracteriza por el continuo cambio de modelos y paradigmas. Así como se generaron reformas que sugerían un Estado intervencionista para reparar los daños de la crisis del ’29 y de las dos guerras, en los años 70 hasta finales de los 90 se adoptó un nuevo paradigma, totalmente opuesto, que reducía al mínimo al Estado, el cual arreglaría las fallas y la disfuncionalidad que presentaba el modelo pasado.

 

Durante estos últimos siglos, el enfrentamiento entre el Estado y el mercado ha sido constante. El dualismo entre lo público y lo privado, tal como lo menciona Germán Bel (2004, p. 231-249),[7] supone que el Estado y el mercado son actores contradictorios y sustitutivos. Las últimas décadas del siglo pasado, la corriente neoclásica —con su teoría económica positiva de regulación, el neoliberalismo—, hizo énfasis en favor del interés privado, resultando en una intervención mínima del Estado, y en el papel estelar de los grupos de interés. Entrando el nuevo siglo, las reformas promovían la no regulación de esta teoría, más que evitar alteraciones en el funcionamiento automático del mercado, produjeron nuevas necesidades sociales que exigían una “re-regulación” (Bel, G., 2004).

 

En respuesta a estos desajustes y problemas sociales, ahora se ha desarrollado una nueva corriente de pensamiento sobre el papel del Estado y del mercado que involucra una nueva comprensión sobre estos dos actores y finalmente, la superación del dualismo Estado-mercado. Tanto Bel, como el premio Nobel de 2001, Joseph Stiglitz, delinean el carácter de la política en la economía y ambos coinciden en el papel que juegan las instituciones como base de un desarrollo económico sustentable. Al olvidar la vieja idea de que el Estado y el mercado son instituciones perfectas, Stiglitz propone la cooperación entre ambos para contrarrestar las imperfecciones naturales de los dos (Stiglitz en Bel, G., 2004). Los espacios claves de complicidad o de cooperación entre Estado y mercado, que mencionan ambos autores, son la privatización, la regulación y la competencia. Los tres factores logran un balance entre ellos, conjugando funciones políticas y económicas. Los monopolios ejemplifican lo que propone la nueva visión.

 

Con la llegada del neoliberalismo, la privatización fue una política económica para promover los derechos de propiedad (Bel, 2004). Esta privatización no fue adecuada ya que carecía de elementos esenciales que les permitieran mantenerse apegados a su utilidad social. Los monopolios privados fueron el resultado.

 

Stiglitz propone una economía institucional para combatir las imperfecciones del mercado y asegurar la competencia, la cual es el objetivo principal de la política económica; una intervención selectiva del Estado y se concentre en sectores donde el mercado no produce “resultados socialmente deseables”. Stiglitz también pone énfasis en la creación de instituciones orgánicas, las cuales se construyan a partir de las necesidades y la naturaleza del mercado de cada país. Señala que existen profundas diferencias entre países desarrollados y en desarrollo, las cuales no permiten a estos últimos aplicar como si fuera una receta las políticas económicas de los primeros.

 

Con base en sólidas instituciones democráticas que permitan la complementariedad entre las funciones del Estado y del mercado, se logre contrarrestar las imperfecciones de cada uno. Las instituciones son un espacio en donde tanto el Estado como el mercado convergen y logran la superación del dualismo Estado-mercado, lo que permite satisfacer adecuadamente los intereses privados y públicos. El construir instituciones que funcionen y democraticen los procesos económicos, es más complejo de lo que se expone en estos artículos. México ilustra perfectamente esta problemática. En nuestro país existen instituciones supervisoras y autónomas, al igual que un marco legal que regule e intente emparejar el terreno de competencia. Vemos cómo los grupos de interés están por encima de todas estas instituciones y leyes. Puede ser que también se deba de tomar en cuenta la integración social y la construcción de una imagen colectiva como ingredientes esenciales en la reconciliación entre Estado y mercado, para consolidar una mejor sociedad.

 

 

 

 

 

 

NOTAS

1 Harley, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akai. David Harvey (Kent, 1935) es catedrático de Antropología en la City University of New York. Ha recibido numerosos premios por sus contribuciones destacados en la geografía [biografía obtenida del mismo libro].

2 Newswires, D. J. (6 de Agosto de 2010). América Economía. Recuperado el 25 de Noviembre de 2010, de: 

http://www.americaeconomia.com/economia-mercados/fmi-elogia-solida-estructura-de-politica-economica-de-brasil-en-revision-de-2010.

3 Gruber, J. (21 de Diciembre de 2004). Public Finance and Public Policy. Nueva York: Worth Publishers. Jonathan Gruber es un profesor de economía del MIT, y ha escrito más de 125 artículos de investigación, además de haber recibido numerosos premios (http://econ-www.mit.edu/faculty/gruberj/shortbio).

4 Véase, Habermas, J., 1999.

5 Para un análisis más profundo del tema, véase, Gil-García, J. et. al, (2008). Gobierno electrónico en México. CIDE, 214.

6 Barzelay, M. (1992). Breaking through bureaucracy. University of California Press: Los Angeles, California.

7 Bel, G. (2004). ¿Estado ‘versus’ mercado?. Estudios de Economía Aplicada, 22(2): 231-249. http://www.ub.es/graap/estadoversusmercado.pdf. Germá Bel, es un economista y político catalán. Es graduado y, actualmente, profesor de economía en la Universitat de Barcelona.

 

BIBLIOGRAFÍA

—Barzelay, M. (1992). Breaking through bureaucracy. University of California Press: Los Angeles, Califronia.

—Bel, G. (2004). ¿Estado ‘versus’ mercado?. Estudios de Economía Aplicada, 22(2): 231-249.

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http://www.eluniversal.com/2010/10/01/int_art_auguran-que-brasil-s_2057443.shtml

—Ezcurra, A. M. (1998). ¿Qué es el Neoliberalismo? Buenos Aires: IDEAS.

—Gruber, J. (2004). Public Finance and Public Policy. Nueva York: Worth Publishers.

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—Klein, N. (2007). The Shock Doctrine. Nueva York: Picador.

—Medina Nuñez, I. (1998). Estado benefactor y reforma del Estado. Espiral.Estudios sobre Estado y Sociedad, 4(11), p.23-45.http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/espiral/espiralpdf/Espiral11/23-45.pdf

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Los fundadores del pensamiento neoliberal tenían como fundamento al ideal político de la dignidad y de la libertad individual, considerándolos los valores centrales de la civilización. [...] De acuerdo con la teoría neoliberal, los políticos buscan garantizar las libertades individuales mediante la libertad de mercado y de comercio.

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