En la guerra por la ocupación del papel con historias y grafías, adicionalmente, había que resolver cómo incluir algunos tópicos que están en la pupila de los investigadores: ¿cómo evitar que Ma. Elena ocupara las páginas de su texto con la fundación de Saltillo y la genealogía de Santos Rojo, que Martha, equipada con flecha y arco, asaltara absolutamente todos los capítulos junto con sus “indios bárbaros” y el capitán Santana, que Francisco posicionara los procesos políticos, que conoce con todo detalle, como los únicos protagonistas en el siglo XX o yo misma, saltara a lo largo del texto y hasta futuro mismo, lupa en mano, para encontrar a los vecinos convertidos en ciudadanos?... Por otra parte, ¿cómo evitar hablar de aquello que esperan encontrar los lectores: la vida doméstica, el problema del agua, la vida en los pueblos, las provisiones en las tiendas, las fiestas, las iglesias y los curas párrocos, las catástrofes naturales, las protestas populares o el resultado de las elecciones?... O bien, ¿cómo excluir los temas de los historiadores, que poco o nada interesaban a la mayoría de los habitantes de la época, tales como las fundaciones despobladas, las misiones abandonadas, las abstractas reformas borbónicas, la separación de Tejas, la guerra del gobierno federal con los norteamericanos —como los vecinos de los pueblos llamaron a la guerra México-Estados Unidos— o las políticas sexenales en el siglo XX?