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Lo bueno y lo malo

Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche. Imagen tomada de Irvin D. Yalom, El día que Nietzsche lloró.

El lenguaje como “poder”. El pathos de la nobleza y de la distancia, como hemos dicho, el duradero y dominante sentimiento global y radical de una especie superior dominadora en relación con una especie inferior, con un “abajo”, éste es el origen de la antítesis “bueno”/“malo”. (El derecho del señor a dar nombres llega tan lejos que deberíamos permitirnos concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización del poder de los que dominan y que dicen “esto es esto y aquello”; ellos imprimen a cada cosa y a cada acontecimiento el sello de un sonido y con eso se lo apropian, por así decirlo.) [p. 22]

 

Etimología y metamorfosis conceptual. La indi-cación de cuál es el camino correcto me la proporcionó el problema referente a qué es lo que las designaciones de lo “bueno” acuñadas por las diversas lenguas pretenden propiamente significar en el aspecto etimológico, y yo encontré aquí que todas ellas remiten a idéntica metamorfosis conceptual, que, en todas partes, “noble”, “aristocrático” —en el sentido estamental—, es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, “bueno”, en el sentido de “anímicamente noble”, de “aristocrático”, de “anímicamente de índole elevada”, “anímica-mente privilegiado”; un desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro que hace que “vulgar”, “plebeyo”, “bajo”, acaban por pasar al concepto “malo” [p. 25].

 

Lo veraz, lo real, la realeza. Se llaman [los nobles], por ejemplo, “los veraces”; la primera en hacerlo es la aristocracia griega, cuyo portavoz fue el poeta megarense Teognis, la palabra acuñada para este fin: estlós [noble], significa etimológicamente “alguien que es”, que tiene realidad, que es real, que es verdadero; después, con un giro subjetivo, significa el verdadero, en cuanto veraz; en esta fase de su metamorfosis conceptual, la citada palabra se convierte en el distintivo y el lema de la aristocracia y pasa a tener totalmente el sentido de “aristocrático” como delimitación frente al mentiroso hombre vulgar, tal como lo concibe y lo describe Teognis… [p. 26].

La casta suprema. De esta regla, es decir, de que el concepto de preeminencia política se diluye siempre en un concepto de preeminencia anímica, no constituye por el momento una excepción (aunque da motivo para ellas) el hecho de que la casta suprema sea a la vez la casta sacerdotal y, en consecuencia, prefiera para su designación de conjunto un predicado que recuerde su función sacerdotal. Aquí es donde, por vez primera, se contraponen “puro” e “impuro” como distintivos estamentales; y también aquí se desarrollan más tarde un “bueno” y un “malo” en un sentido ya no estamental [pp. 28-29].

 

Lo profundo, lo malvado. …de todos modos, también se podría añadir, con cierta equidad, que en el terreno de esa forma esencialmente peligrosa de existencia humana, la forma sacerdotal de existencia, es donde el hombre, en general, se ha convertido en un animal interesante, que únicamente aquí es donde el alma humana ha alcanzado profundidad en un sentido superior y se ha vuelto malvada. Y éstas son, en efecto, las dos formas básicas de superioridad que manifestamos los hombres con respecto a los animales [p. 31].

 

Los máximos odiadores. Los sacerdotes son, como es sabido, los enemigos más malvados; ¿por qué?; porque son los más impotentes. A causa de su impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y al mismo tiempo más venenoso. Los máximos odiadores de la historia universal, y también los odiadores más ricos del espíritu, han sido siempre sacerdotes [p. 32].

 

Pregunta. ¿Quién de nosotros sería librepensador si no existiera la Iglesia? [p. 36]

 

 

 

Tomado de Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, trad. Roberto Mares. Editorial Tomo, tercera edición, México, 2005, 228 pp.

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