En el siglo XVIII nacía el invento que revolucionó la nueva alternativa de conocimiento: la máquina de escribir. Ya que este aparato empezaba a formar los prototipos que la mantuvieron viva hasta convertirse en lo que ahora conocemos como teclado, que a la fecha no ha dejado de funcionar para comunicarse.
El registro del primer inventor dice que Henry Mill obtuvo la patente por la reina Ana de Gran Bretaña en 1714. El diseño de su máquina contenía un teclado circular para utilizar solamente el índice, siendo éste uno de los tantos prototipos que no tuvieron aceptación. Estos aparatos se mantuvieron ignorados por varios años. La patente se fue distribuyendo por el mundo con el paso de los años, tiempo en que las máquinas pasaban por la experimentación de modelos y formas alocadas, pareciendo más una obra de arte que un simple aparato oficinesco. El experimento se estancó en 1872, comercializándose con éxito por los Estados Unidos y parte del mundo con la marca de cabecera: Remington.
Y como ya se supo, los poetas y novelistas no fueron los primeros en dejar la escritura a mano para adentrarse al mundo de los tecleos. El primer millar de dedos en acalambrarse, encallecerse y entumecerse, fue de los oficinistas. Luego enardeció el espíritu romántico y la máquina se volvió el cliché en la escena de los escritores artistas de época. Etapa en que seguramente las vecinas de oficina o de escritor no aguantaban el escandalo a altas horas de la noche, porque Tolsoti, Nietzsche, McCarthy u otros, con pasión atacaban las teclas, intentando el verso perfecto. Igual, pasar frente a un conjunto de oficinas semejaba un campo de batalla donde un batallón de trabajadores llevaba los oídos cubiertos para no ensordecer. Esto último fue meditado y con éxito inventaron un modelo que no hacia ruido. Algunos escritores de madera vieja, no pueden continuar su obra sino la plasman con máquina, como ha afirmado Woody Allen.
Para los 90s había quedado solamente la máquina de escribir electrónica y un centenar de fotografías viejas, donde los escritores las trascendían retratándose en el momento en que la magia se llevaba a cabo. Año en que mi madrecita perdió su oficio de mecanógrafa pero ganó un nuevo hijo, fue que la computadora, apoyándose en un nuevo prototipo, terminó caducándola y dejándola fuera de circulación. Y como digo, los teclados están en los aparatos más importantes como el celular. Eso se debe a que las letras nunca dejaran de ser indispensables, menos en estos tiempos, que la comunicación es sin su límite a la distancia.
Los habilitadores de esta nueva máquina son el nuevo tipo de escritor, no exactamente siendo ficcionales ni pensadores de profesión, sino socialités engreídos que con sus chats poco a poco van destruyendo la gramática, las relaciones interpersonales y, lo más importante, la sensibilidad. Un ejemplo del degenere al que ya llegamos, son esas web de sociales que semejan un programa de chismes como los que conduce Paty Chapoy. Ahora, una discusión en estos sitios es equivalente a salir a la calle y gritarte con el enemigo de banqueta a banqueta. Si no tienes la precaución de ser discreto, desde los lavaderos, las vecinas francotiradoras del chismorreo, tendrán poco cuidado de asomarse a tu patio. Y es así como el barrio empezará a hablar de nuestra ropa interior, mejor que uno mismo. Eso ha desacreditado la escritura y una manera seria de pensar, pero no por ello, la escritura artística ha dejado de ser importante. La abuela máquina de escribir quedó como un buen recuerdo, terminando su guerra en un estrago del tiempo y sus garras modernistas.
Yo nunca tuve una máquina para escribir, si acaso obtuve el resto de una que extraje de la basura, y no me sirvió más que para montarla en la pared, hasta que alguien la quite. La volví un objeto visual y luce mejor que arrojada al tilichero de lo inservible. Aun así, si no era yo, Gabriel Orozco la hubiera encontrado para exponerla en La Bienal de Venecia.
Fuente: José Manuel Huidobro, “Historia de la máquina de escribir” en Actas, Escritura, www.acta.es/medios/articulos/cultura_y_sociedad/029033.pdf. Fecha de consulta: 6 de mayo de 2014.