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Los afanes de una casa

Jesús de León

Detalles de la fachada de Casa Purcell, circa 1902. AMS, Fototeca, c 7.1, p 22, f 26.

Todos en Saltillo conocen este edificio. Muchos han escuchado su historia de un modo o de otro y tal vez algunos hayan leído la biografía de su primer dueño, escrita por una de sus nietas, pero estoy seguro que nadie o casi nadie se ha detenido ante esta fachada sin preguntarse con cierta perplejidad:

 

—¿Qué hace este edificio aquí?

 

Y con “aquí” no nos estamos refiriendo a la calle, ni al barrio, ni a la ciudad, ni a la región, sino al país mismo. Un inmueble de estas características sería fácilmente ubicable en alguna ciudad inglesa o irlandesa, e incluso en alguna antigua barriada de las ciudades más viejas y conservadoras de Estados Unidos, pero ¿en Saltillo?

 

Este edificio tan vertical, tan austero, tan geométrico, que pareciera ser una agresiva réplica protestante de su efusivamente barroca y católica vecina, la Catedral de Saltillo, toda arabescos, garigoleos y filorituras que parece que fuera a caernos encima con su sobresaturado frontispicio.

 

A la Casa Purcell le ocurre lo mismo que a la antigua Estación del Golfo, que está en Monterrey, convertida como la Casa Purcell en un recinto cultural. Son demasiado anglosajonas, austeras y sólidas para estar en el lugar que ocupan. Y sin embargo, nuestro paisaje urbano no puede prescindir de su austera fábrica. Nosotros, los saltillenses, vemos en esta casa un monumento a los esfuerzos de los extranjeros que vinieron a buscar fortuna por estos lares.

 

¿Qué quedó del espíritu aventurero y emprendedor de don Guillermo Purcell? Una enorme casa y cuatro hijas solteronas y, a decir verdad, nadie se atrevería a meterse ahí, con eso…

 

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